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Contra la eugenesia (página 2)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

La realidad cruda, y para muchos, inadmisible, es que no
somos ni tan diferentes, ni somos tan especiales,
aunque pretendamos, a menudo, ser semidioses.
(Hubris).

Watson lo demostraría, neciamente — cuando
insinuara, sin evidencia científica para hacerlo, que los
negros son inferiores — como si los cromosomas
codificaran por raza y oportunidades culturales — algo que
Darwin
creyera, aún sin que llegara a saber que los
cromosomas existieran.

Darwin, pudo haber estado
equivocado, en esto y en otras cosas, como
señaláramos en mi ponencia: La Serendipia
Revisitada en Psikis y en monografías.com.

Pero, no lo estaría en este asunto.

Porque, le tocaría a Francis Galton, primo de
Darwin, fundador del movimiento de
la eugenesia como ciencia
aplicada, ser responsable por este mito
científico. Ciencia que nos recuerda de los macabros
experimentos y
crímenes del nazismo
teutónico. Crímenes cometidos mientras los soldados
alemanes vociferaban
"Lebensraum!".

 

El síndrome del
víctor

Una vez acumulado el prestigioso y codiciado
galardón, tanto Crick como Watson lanzarían
cruzadas de publicidad y
literarias. Estas últimas, a veces absurdas, en un
esfuerzo a demostrar al mundo, de modo patético, y a
menudo, irrisorio, del hecho de que sus excursiones en
todas las disciplinas científicas, para las que
tuvieran poco o no entrenamiento,
eran justificadas.

O, de que fueran omniscientes — el narcisismo sin
límites
del hombre — el
hubris

Es justo, en este espacio mencionar que otros, entre los
galardonados con el Premio Nobel, Linus Pauling, destacado entre
ellos, se comportarían de modo parecido.

Linus Pauling — dos veces recipiente del premio —
como muchos podrán recordar, mantuvo una obsesión
con el uso de la vitamina C. Y asimismo entretuvo un interés
inicial en el ADN.

Pero, Pauling, el excéntrico, sería
especial en muchos otros respectos. Único ganador de dos
premios no-compartidos. Uno en química y el otro de
la paz.

Wilkins, por su parte, no fue así. Este,
permanecería anónimo y distante al punto de que hoy
nadie lo nombra como otro descubridor, que fuera,
del ADN.

Sólo Watson y Crick…

Lo que Watson y Crick publicaron

Algunas de los libros que,
ambos, tanto Watson como Crick, escribieran, después de
ganar el premio ambicionado, resultarían controversiales.
Véanse: Astonishing Discovery: The Scientific
Search for the Soul
, por Crick, o el de Watson, muy reciente
(2007), Avoid Boring People: Lessons from a Life in
Science
— libros que son, no tanto auto-laudatorios, como
son irrelevantes, por ser meros artefactos comerciales sin
mensaje alguno — Pero, si nuestros lectores, son
incrédulos y desean constatar mis impresiones, lean los
libros, o mejor aún, lean los reportes de los
críticos de los mismos, que se ofrecen en muchos portales
imparciales por todo el Internet.

Selah…

Pero, antes de proseguir, ¿Qué fue lo que
dijo Watson que causara el barullo antedicho?

Para el beneficio de todos, en traducción, he aquí lo que Watson
dijera:

"Estoy intrínsecamente sombrío sobre
los prospectos futuros de África", porque "todas nuestras
estrategias
sociales se basan en el hecho de que los recursos intelectuales
de los africanos son idénticos a los nuestros…"
Watson luego agregó que le gustaría que todos
fuéramos iguales, pero que: "las personas que tienen que
lidiar con empleados negros encontrarán que este no es el
caso
."

¡Big-Bang!

Pero aquí, hoy, hemos venido — parafraseando a
Antony en Julius Cæsar, ni a enterrar al
científico Watson, ni a ensalzarlo. (Véase: el
discurso de
Antony en Julius Cæsar por William Shakespeare).

Aquí vinimos a decodificar las bases para su
aserción inoportuna.

Volvamos, entonces, a nuestra tesis.

Si se examina la estructura del
ADN de los chimpancés, bonobos u orangutanes,
encontraremos que nuestros componentes genéticos son casi
idénticos.

Es la razón por la que nos parecemos
bastante… Aunque los seres humanos negros y los blancos,
me arriesgo a afirmar, se parecen aún más,
genéticamente, entre ellos, que con los simios — por
así decirlo.

Observemos algunas de las similitudes físicas
entre ellos y nosotros (aquí me refiero a los monos, no a
los negros), que aun cualquier niño avispado, puede
detectar:

  • Nuestros cuerpos, en general, se parecen mucho. Las
    diferencias son que las proporciones son distintas y que ellos
    tienen más pelo, cubriéndoles el cuerpo, que el
    que nosotros tenemos
  • Los simios poseen manos que manejan instrumentos con
    destreza, como asimismo hacemos nosotros con las propias.
    Habilidad ésta de la que ningún otro vertebrado
    disfruta
  • Sus facciones son muy expresivas y demuestran una
    variedad de emociones que
    nos recuerdan de las nuestras

En este respecto, la Reina Victoria compartió su
apreciación de estos rasgos, cuando viendo a Jenny, un
orangután en el jardín zoológico de Londres
en el 1842, reparó: "Es horrorosa, penosa y
repugnantemente, humana".

Victoria…

Pero no todo se limita a las apariencias
físicas.

Los chimpancés, no sólo se asemejan a
nosotros, sino que comparten algunos de nuestros
comportes.

Veamos ejemplos:

  • Adaptan, inventan y hacen uso de herramientas
    sofisticadas
  • Enseñan a sus hijos destrezas
    adquiridas
  • Cazan, con sagacidad y astucia, animales de
    presa
  • En ocasión reprenden y castigan a sus
    crías, o
  • Se matan los unos a los otros — como nosotros tanto
    hacemos (Bush en Irak y,
    anteriormente, cuando gobernaba en Texas)
  • Establecen jerarquías y culturas
    primitivas
  • Forman pandillas para el combate o para castigar los
    que transgreden sus reglas naturales
  • No hablan, pero usan el lenguaje
    de signos con
    facilidad y talento
  • Pueden aprender el desempeño de actividades
    complejas
  • Nuestro ADN es de 98 a 99% compartido con ellos. Los
    que nos acerca más entre nosotros, como género,
    que el de un ratón a una rata.

La parte más sorprendente, acerca de lo poco que
nos distingue de otros simios, es que las representaciones de las
diferencias en el genoma, que son responsables por esas
disparidades, son casi invisibles — tan sorprendentemente
minúsculas pueden ser. (Véase mi ponencia: El
Gen
Homicida y Atavismos que Matan en
monografías.com).

¿No existen diferencias? Sí que
éstas existen. Nunca dijéramos que somos
idénticos.

Veamos. La agricultura,
el lenguaje, el
arte, la
música, la
tecnología, la filosofía, la
religión
— todos esos atributos que únicamente poseemos y que nos
hacen tan desemejantes de los chimpancés y que, a su vez,
hacen que un chimpancé en un traje de hombre aparezca tan
extraño — todos, están de algún modo,
codificados en nuestro genoma y no en el de ellos.

¿Dónde se encuentran?

Nadie entiende, con precisión, dónde se
albergan esas aptitudes, o cómo funcionan, pero en
algún lugar recóndito; en el núcleo de
nuestras células se
ensamblan manojos de aminoácidos, dispuestos de manera
precisa, que nos confieren la capacidad mental de reflexionar y
de ser más astutos que nuestros parientes más
cercanos en el árbol de la vida.

Amor de
madre…

Esos aminoácidos nos otorgan la facultad del
habla, la capacidad de leer y escribir, de componer
sinfonías, de pintar obras maestras y de investigar a
fondo, la biología molecular
que nos explica por qué somos, lo qué somos, y
quiénes somos. (Para un desglose sintético y
preciso del genoma, léase: The Tangled Wing
por M. Konner).

Hasta tiempos recientes, no existía un mecanismo
que nos permitiera desenmarañar nuestras
diferencias.

Porque diferencias entre nosotros, los
chimpancés y otros simios, repetimos,
existen.

Las diferencias que poseemos, a veces, nos otorgan
algunas ventajas y asimismo desventajas.

Tenemos cerebros muy complejos. Caminamos verticalmente
y hablamos.

Lo que son aportes ventajosos.

Pero, hay otras características que a nosotros
— y no a ellos — desfavorecen.

Somos susceptibles a ciertas formas de malaria, al
SIDA, y a la
demencia de Alzheimer
dolencias, éstas que no parecen afectarlos a
ellos.

Todo permaneció un misterio, que, hasta ahora,
parecería indescifrable.

Pero cambios recientes iluminan la ruta de salida en
este laberinto.

Hace un año que genetistas anunciaron haber
logrado un esquema del genoma del chimpancé. Lo que
permitiría comparaciones acertadas de nuestro ADN y el de
los estos primates — nuestros parientes más
próximos.

Esta última investigación ya ha proporcionado información importante acerca del desarrollo del
cerebro humano
dentro de los últimos varios millones de años y,
posiblemente, acerca de nuestros comportamientos
reproductivos.

Sin dilación ni espera, en el avance de estos
descubrimientos cruciales, en Max Planck Instituto de Antropología Evolutiva; recientemente se
anunció algo más asombroso, desde el punto de vista
de la ciencia: la
secuencia de una fracción del genoma del H.
Neanderthal
— la misma especie humanoide que recordamos
cuando mencionamos al hombre de las cavernas.

Neandertales, como especies, se consideran aún
más lindantes genéticamente, con los
chimpancés que con nosotros.

Los neandertales desaparecieron, por extinción,
hacen decenas de miles de años; pero, los investigadores
están convencidos de que, utilizando ADN extraído
de un hueso en su haber, cuya edad es de 38,000 años,
lograrán sus propósitos.

Como adición a los diseños
genéticos, ya estudiados, estarán los de los
gorilas y los de otros primates, justamente en el proceso de ser
secuenciados. De algún modo, lograremos la
explicación de qué es lo que nos hace
únicamente humanos y, esencialmente,
especiales.

Todos estos hallazgos pueden tener implicaciones ciertas
en el entendimiento de enfermedades que nos plagan
(la obesidad entre
ellas) y de sus explicaciones, prevenciones y curas.

Nada es nuevo bajo el sol, dicen
algunos.

Darwin había sugerido, en sus trabajos, que los
antropoides y los humanos descenderían de un antepasado
común. Lo que, le atrajo la animosidad de quienes creyeran
haber establecido la edad de la tierra y la
presencia del hombre en la misma, con precisión
absoluta.

Uno de los más reputados de quienes especularan
en este respecto sería Dr. John Lightfoot, un
clérigo anglicano que en el siglo XVII, estimó la
Creación a ser exactamente en el año 4004
AC.

Irónicamente, el crédito, por razones oscuras, le fue
asignado a otro clérigo, también del siglo XVII, el
obispo James Ussher.

Pero, prosigamos con nuestra tesis, sin reparar en los
creacionistas y sus desvaríos.

A medida que los paleontólogos continúan
acumulando, a velocidad
vertiginosa, la evidencia genética
proveniente de fósiles. Una lista extensiva de
características anatómicas, incluyendo
configuraciones de forma, de la estación bípeda,
del volumen
cerebro-craneal, de la configuración facial, del
tamaño de los dientes, y de la aposición del pulgar
— siguen aumentando permitiendo que nuestros conocimientos
avancen y que nuestros entendimientos progresen.

Evolución, o
¿involución?

Por medio de la aplicación y del uso de las
técnicas de la datación
radiométrica se han determinado los aspectos
morfológicos de algunos de nuestros semejantes cercanos,
ya desaparecidos, y de otros recientes, que asimismo surgieran, y
de cuándo estos eventos tuvieron
lugar.

Elaborados árboles
familiares se han reconstruido, que demuestran las relaciones que
existen entre los simios, los homínidos del pasado muy
remoto, y los nuestros.

Camino a sus descubrimientos, los científicos
aprenderían de nuevo las lecciones por Darwin ya
enseñadas — lo que él intuyera, acertadamente,
como Freud hiciera en
el campo de la psicología, sin el
beneficio de los instrumentos modernos.

Concluimos, entonces, por la razón o la fuerza:

Que sí. Que somos los descendientes de un
progenitor común, y que nuestra locomoción
bípeda emergería millones de años
antes de que evolucionara nuestro enorme
cerebro.

Y que el H. S. sapiens, por todo su
hubris, es idéntico genéticamente a todos
sus semejantes, sin concesiones por raza.

Sin embargo, no sería hasta los años
sesentas, cuando los detalles de nuestra relación física con los simios
comenzaran a ser entendidos.

El científico Morris Goodman de Wayne State
University
, demostró, aislando una proteína
humana específica; que inyectándola a un gorila y a
un chimpancé, despertaba una reacción inmune
definida en ambos. Pero que la misma inyección a
orangutanes y gibones producía no
reacción.

En 1975 nació la nueva ciencia de la
genética molecular con la publicación de dos
artículos seminales en Berkeley, donde se estimara con
certidumbre que los chimpancés y los seres humanos
comparten entre el 98 y el 99% de su material
genético.

Otros descubrimientos nos conducirían a
reflexionar acerca de nuestra naturaleza
especial — no entre nosotros — sino con otros
primates.

En el 1998 se descubriría en San Diego que los
seres humanos poseen una forma alterada de una molécula
conocida como ácido siálico en la superficie de sus
células. Esta particularidad explica la razón por
qué los seres humanos son susceptibles a enfermedades que
no afectan a los chimpancés.

Y, sí; es verdad, existen enfermedades que
afectan preferiblemente ciertos grupos humanos y
no otros.

Las razones no son las propuestas, y descreditadas, por
quienes conciben las diferencias raciales como hitos de los dotes
cognitivos.

Más adelante se aislaron los genes del conjunto
FOXP2 que se creen responsables por el desarrollo de la
dicción entre los seres humanos.

Evidentemente, humanos con un gene FOXP2 defectivo
poseen dificultades en el entendimiento de la gramática. (Véanse mis
artículos al respecto, y a los síndromes del
autismo y de
Asperger en varios portales del Internet).

Muchos otros estudios, que aquí no mencionaremos
por ser irrelevantes a esta tesis, consistentemente explican que
aun la evolución del tamaño reducido de nuestros
músculos submaxilares — hace dos millones de
años, fuera predeterminado.

Un asunto de envergadura y tamaño

Parece ser, que la envidia, narcisista, del pene — aun
entre nuestras especies, no todo lo controla…
(Véanse asimismo mis ponencias a este
respecto).

Los tamaños se pliegan

Cuando aún no se había determinado el
número total de genes que constituirían nuestro
genoma, los estimados serían muy exagerados. Se
creía, inicialmente, que la secuencia constituiría
por lo menos de unos 100,000 genes. Cuando se estableciera el
genoma, la cifra esperada bajó a 25,000. Ahora el estimado
consiste de 22,000 — lo que se predice se reducirá,
finalmente a 19,000.

Este número menor, sorprendente, e inesperado,
nos hizo claramente conscientes de que los genes solos no dictan
las diferencias entre las varias especies.

Pensemos en qué pensaba Watson, cuando hablara en
días pasados.

Ahora sabemos que existen clavijas moleculares pulsantes
que indican a los genes cuándo deben de prenderse y de
apagarse, como si fueran interruptores eléctricos. Sabemos
que los efectos del entorno afectan el comportamiento
de los genes en la evolución y desarrollo de nuestra
especie.

Sabemos, además, por los estudios, de esa ciencia
que todos los estudiantes de la medicina
prefieren olvidar — la embriología — que los desarrollos de
nuestros cuerpos en el útero materno obedecen a leyes tan
sorprendentes, como son malentendidas y, aparentemente
arbitrarias — aunque eminentemente exitosas — por ello,
aquí estoy frente al servidor y
escribo.

Que una existencia intrauterina azarosa, produce malos
resultados en cualquier individuo
genéticamente intacto.

Ahora, adaptando la física sideral, nuestros
científicos han conformado conceptos genéticos que,
para explicar las mutaciones de nuestras especies, responden al
nombre de la sustancia oscura — los hoyos oscuros del
genoma… (Véase mi ensayo: La
Teología de la Relatividad
en monografías.com,
Psikis y
cabinas.net).

Los que nos gobiernan la vida, sin que los podamos ni
visualizar.

Los científicos, hablan de un alfabeto codificado
en una "sopa de letras" que, si se invierten, como en los errores
tipográficos, pueden causar estragos, durante la reproducción sexual.

La vida no es simple. Y, la genética, como la
Biblia, no admite el concepto de la
dislexia.
(Véanse mis artículos al respecto en
monografías.com
y cabinas.net).

Estudiando los caminos que nuestros genes trazan y los
que los de otros animales, especialmente, los antropoides
bosquejan, nos asiste en la elucidación de nuestros
comportamientos — ¿pero es todo?

Bueno… ya veremos…

¿Reproducción entre chimpancés y
seres humanos?

Ecos indelebles del pasado… Las huellas del
paleolítico…

José Darío, mi ficcional, compañero
de escuela, cuando
ascendíamos, de jóvenes, en una noche de tormentas,
las cimas inhóspitas de la loma Diego de Ocampo, nos
sorprendió a los demás scouts, cuando demandara
silencio para que él pudiera sigilosamente refocilarse con
una burra que paciera en la vecindad del camino.

¿Zoofilia? Los australianos, de ser con las
ovejas, dicen que no, que es práctica aceptable…
(El Informe Kinsey realizado
en 1950 indica que una población de entre 4% a 7%, de
estadounidenses había tenido al menos
un contacto sexual con un animal).

Leda y el cisne por Michelangelo

La reproducción, entre los primates más
cercanos a nuestra especie, y la nuestra está muy lejos de
ocurrir, pero no yace dentro del dominio de lo
imposible o de lo imprevisto.

Conociendo a José Darío. Les tengo pena a
los hijos de esa burra, si es que los concibieran esa noche de
ventarrones atronadores.

Decodificando genéticamente al Neanderthal, y
otros ejercicios científicos no han satisfecho nuestras
preguntas urgentes.

¿Somos únicos genéticamente? O
¿somos ligeramente desiguales?

¿Hemos arrebatado el fuego a los
dioses?

Ya veremos…

¿Por qué al científico formal le
interesa constituirse en un Dios? ¿Porque el
científico de renombre y el hechicero creen que son
encarnaciones divinas?

La respuesta no reside en el genoma — que, como
creencia, ya representa la más nueva de todas, las nuevas
religiones… Seguida de cerca por la
física sub-molecular o sub-atómica. (Véase:
Strange Beauty por G. Johnson).

El genoma puede decirnos algo acerca de los atributos
que, como especies, poseemos. Pero, nada nos dice acerca de los
rasgos personales y únicos, que, como individuos,
arrastramos al nacer.

No dos personas, aun mellizos idénticos, son
esencialmente las mismas. No todos los gatos son
iguales.

No todas las combinaciones genéticas, aunque
parezcan idénticas, producen individuos
clónicos.

Entonces, nuestras divagaciones en el campo de la
genética, sino fútiles son improductivas, cuando
las aplicamos a las diferencias raciales.

Pero, ¿a dónde vamos con estas nuevas
teorías?

Vamos a tratar de explicar una vez más lo que nos
hace verdaderamente humanos.

Pero antes, les presento a todos, una persona
remarcable…

Biruté Galdikas

Biruté Galdikas

Esta sería una de las tres mujeres conocidas en
la ciencia del estudio de los primates como los "Ángeles de
Louis Leakey".

Galdikas, estudió al orangután, Jane
Goodall los chimpancés y la tercera sería, la
martirizada Dian Fossey, quien fuera abatida por asesinos,
mientras laboraba y protegiera, al gorila
montañero.

Biruté, en uno de sus libros nos enseña
que las feromonas humanas no están muy lejos de las de los
simios en sus efectos. Habiendo menstruado en la foresta, donde
viviera con su esposo aborigen, descartó sus paños
higiénicos en la vegetación circundante — no habían
latas de basura en las
selvas de Borneo. Cuando, repentinamente fuera sorprendida por un
mono gigantesco, quien la siguiera, portando su despojos
higiénicos, los que presionaba contra su nariz y en
disposición de violarla. (Véase: Reflections of
Eden
por B. Galdikas).

Nada triste pasaría, pero aprenderíamos
que nuestros parientes cercanos, los monos, pueden responder
sexualmente a nuestros olores y aromas sexuales.

Tan seria fue la lección aprendida que Galdikas
aconseja a mujeres menstruantes, no aventurarse en la jungla de
Borneo.

En el semanario The Economist: All systems Go,
del 25 de octubre del 2007, aparece un artículo que nos
llena de optimismo acerca de los avances recientes en el uso de
los conocimientos derivados de la genética cuando
éstos se acoplan al entendimiento de los factores
ambientales. En otras palabras que el reduccionismo
genético de que Watson fuera culpable es posición
tan desafortunada como insensata.

De que pueden esperarse muchos descubrimientos que nos
beneficiarán a todos, las compañías
farmacéuticas, incluidas, no existen dudas.

Reproducido de The Economist, con
atribución.

Lo que no podemos hacer científicamente, es ni
entronizar o deificar a quienes, por accidente o talento hayan
iluminado el sendero.

Porque nos interesan los rompecabezas del pensamiento
humano queremos dedicar un espacio de esta tesis al
hubris.

De antemano, deseamos notar que, para esta última
sección, hemos consultado muchas fuentes,
especialmente las provistas por ambas Wikipedias en
español y
en inglés.

Como acepción esta palabra tan útil, aun
no existe en el léxico autorizado por la RAE.

Sin embargo, su uso, informal se ha extendido, por su
fuerza de expresión y elegancia
sintética.

Una búsqueda en Google en
español resultó en 3,490,000 respuestas incluyendo
la inesperada sorpresa de que existe una película por ese
título. La respuesta fue obtenida en sólo 0.21
segundos de tiempo — lo
que confirma nuestra impresión de que, como palabra, en
español, su uso no es raro.

Estudiemos la palabra misma como
símbolo.

La hibris o hybris (en
griego
ὕϐρις
húbris) es un concepto que puede traducirse
como "desmesura" y que en la actualidad alude a un
orgullo o confianza, en uno mismo, exagerados,
resultando a menudo en merecida retribución
divina.

En la Antigua Grecia el
vocablo, asimismo aludía, a un desprecio temerario hacia
el derecho personal ajeno;
unido a una falta de control sobre los
propios impulsos. Como sentimiento era algo violento. Inspirado
por las pasiones exageradas, consideradas enfermedades por su
carácter irracional y desequilibrado,
características del narcisismo patológico, que
tanto hemos estudiado y descrito. (Véase mi
artículo: El Caso de Dino, en
monografías.com).

Como Eurípides
afirmara:

Aquél a quien los dioses quieren destruir,
primero lo vuelven loco.

La hibris en la
antigüedad

El hombre que comete hibris es culpable de
querer, como el político y el banquero, más que la
parte que le fuera asignada en la división del
destino.

La desmesura designa el hecho de desear más que
la justa medida que el destino nos concede — ahí se
encuentra la comida. El castigo a la hibris es la
némesis, la venganza de los dioses que
tiene como efecto retornar al individuo dentro de los
límites que transgrediera.

Heródoto lo expresa claramente en un
significativo pasaje:

Puedes observar cómo la divinidad fulmina con
sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que
se jacten de su condición; en cambio, los
pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar
también cómo siempre lanza sus dardos desde el
cielo contra los mayores edificios y los árboles
más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que
descuella en demasía.

Los americanos, así lo resumen: Mientras
más altos, más duro se dan cuando
caen…

La hibris es un tema común en la
mitología, las tragedias
griegas y el pensamiento presocrático, cuyas
historias incluían a menudo a protagonistas que
sufrían de hibris y terminaban por tanto siendo
castigados por los dioses.

A los dioses no les agrada que compitan con ellos. Por
esa importante razón, el Dios del Viejo Testamento insiste
en que Él Es El Único Dios — en argumento
con el monoteísmo asumido, ya que otros dioses no
podrían existir.

Pero, parece que Él mismo, no estaba seguro acerca de
este detalle.

En el derecho griego, la
hibris se refiere con mayor frecuencia a la violencia
ebria de los poderosos hacia los débiles. De los blancos
hacia los negros. En la poesía
y la mitología, el término fue aplicado a
aquellos individuos que se consideran iguales o superiores a los
dioses.

El castigo por arrogancia también aparece como
tema en la Biblia:

  • Adán y Eva son tentados a ser
    como Dios y por ello expulsados del Jardín
    del Edén.
  • La Torre de Babel fue
    erigida para llegar al cielo, pero Dios la
    destruyó.

La hibris en la
actualidad

Las consecuencias negativas modernas de las acciones
provocadas por la hibris parecen estar asociadas a una
falta de conocimiento,
interés y estudio de la
historia, combinada con un exceso de
confianza y una carencia de
humildad.

Hibris es a menudo aplicado como término
peyorativo en política y ciencias
sociales. Como la hibris está relacionada con
el poder, suele
ser usado por personas relacionadas con partidos
políticos de la oposición contra aquellos que
ostentan el poder.

El historiador británico Arnold J.
Toynbee, en su voluminoso Estudio de la
Historia, utiliza el concepto de hibris para
explicar una posible causa del colapso de las
civilizaciones.

¿Es el hubris vanidad?

La vanidad es la excesiva confianza y creencia de la
propia capacidad y atracción muy por encima de otras
personas y cosas.

Esto último define, biográficamente, a
Watson.

En algunas enseñanzas religiosas se la considera
como una forma de idolatría en la que uno rechaza a Dios
por lo que hace uno mismo. Las historias de
Lucifer y Narciso
(de donde se ha sacado el término
"narcisismo") son ejemplos
demostrativos de lo que puede llevar a ser un completo
vanidoso.

Friedrich Nietzsche escribió lo
siguiente al respecto: "La vanidad es la ciega propensión
a considerarse como individuo excepcional, no
siéndolo…", asimismo, Mason Cooley
dijo "la vanidad bien alimentada es benévola, una
vanidad hambrienta es déspota".

Ahora es nuestro turno de aplicar estos
conocimientos…

Como en seguida haremos.

El caso de Desdémona en la Tragedia de
Otelo

La tragedia de Shakespeare tiene lugar en Venecia del
siglo XVII.

Desdémona fue una mujer que
traspasara las normas de la
moralidad
sexual existentes en la época.

No sólo desafió a Brabante, su padre, sino
que contrajo nupcias con un moro — u hombre de color.

Rompiendo las barreras morales y raciales del
período, la heroína del drama ponía en duda
la autoridad
paterna, y por, ende la del hombre.

Pero, el acto más reprensible para todos
sería la miscegenation, o el mestizaje — que,
curiosamente, como sinónimo español adquiere la
connotación degenerativa.

Por supuesto, todo no termina bien y aún
derivamos el concepto del Síndrome de Otelo o celos
patológicos. (Véase mi ponencia: Trilogía
del
Amor: El Amor, el
Odio y los Celos
en monografías.com).

La xenofobia, y
el temor de lo extraño y lo exótico es parte de
toda cultura
primitiva, y es admisible que esté codificada en los
genes, para asistirnos en la lucha por la existencia.

Pero el prejuicio, al
que Freud, por ser judío, no fuera extraño. El
prejuicio social al que tantos dominicanos, por ser hijos
ilegítimos son sujetos, y el prejuicio racial al que todos
sometemos a nuestros semejantes — especialmente, contra quienes
a nosotros más se parecen, es algo muy humano y que
origina en el hubris. (Véanse mis ponencias al
respecto).

El hubris confiere poder avasallante. Poder este,
que precisamente, fuera lo que Shakespeare quisiera destruir en
su obra. (Véase: Sex in History por R. Taylor).

El hubris hizo de los Estados Unidos
una casa dividida que lo condujo a una horrible lucha
fratricida.

Lucha que aun no termina. Como bien sabemos.

No hay lugar en la ciencia para intensificar las llamas
del odio racial, y que quien lo haga; lo haga como ganador del
premio más exaltado conferido a los científicos. Y
más reprensible resulta, que lo hace sin bases provistas
por la ciencia misma, en la que descollara y la que
explicaría su error. (Para apreciar las palabras
inspiradoras del Rev. Martin Luther King Jr. Léase mi
contribución: ¡Libres al Fin! en
monografías.com).

Por supuesto, Desdémona, como Martin Luther King,
pagaría por su libertad con
el precio de su
vida.

Bibliografía:

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    Avenel Books
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Dr. Félix E. F. Larocca

Partes: 1, 2
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